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Las orillas del río Buriganga, que atraviesa Dhaka como una cicatriz, ofrecen un colorido espectáculo: franjas de un verde intenso, franjas de un naranja agudo, franjas amarillas, rojas, azules. Las miro de lejos suponiendo que son hileras de ropa tendida al sol y me digo que quiero verlas de cerca. Así que me acerco, saltando entre montañas de basura, a través de una ribera resbalosa llena de detritus y bolsas de plástico, un río de aguas tan lentas y parsimoniosas como densas y sucias. Pero cuando llego al lugar, ¡sorpresa! No hay atisbo de trapos, ni de esas grandes sábanas que presumía ondeando al sol. ¡¡Todo es plástico!! Grandes bolsas de plástico, trozos diminutos de plástico, tiritas muy largas de plástico. ¡Pero ni una prenda recién lavada!



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